jueves, 23 de diciembre de 2010

HABÍA UNA HORA


 
Había una hora,
un momento en el tiempo eterno,
el límite justo entre tu existencia y tu recuerdo.
Había un instante único en
la inexorable órbita de los astros.

Había un momento justo,
y luego de esto, mo quedaba nada.

¡Qué importaba entonces que la vida continuara!
¡Qué importaba la creación
y el perfecto mecanismo del universo,
la presencia infinita del cosmos!

¡Qué importaba la permanente presencia del sol,
sus misterios, el correr a través de los milenios!
¡Qué importaba la fuga perfecta de cada estrella,
única , intransformable..!
Luego no quedaba nada.

El universo es este , está creado
antes y después de tí.
El límite es este: existías. Ya no existes
amabas, ya no amas.

Tu compañía y mi presencia,
mi soledad y mi angustia.

Este es el  momento y la hora no esperada,
este es el instante único y último;
de lo creado, ya no queda nada.

Por eso, mi locura se hacía manifiesta:
¿ Cómo impedir que el tiempo no transcurra?
¿Cómo hacer de este momento cruel
la construcción de un tiempo ya creado?
¿Cómo impedir que este instante no se cumpla
y quedarme con lo que hasta entonces fue creado?

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