Madre, ¿Por qué me prohibes
caminar sobre la escarcha
y jugar en los charcos o beber agua del río?
¿Por qué me detienes cuando llega el aguacero
si lo único que anhelo
es mojar mi cuerpo y mis cabellos?
¿Por qué me impides ir al bosque
por las noches y escuchar
junto al estero el canto de las ranas?
Y no sé por qué te enfadas
cuando a través del campo
corro tras las mariposas.
No sé, madre, que es lo prohibido:
¿Por qué no me dejas recostarme en la hierba,
y ver crecer las amapolas a la vera del camino?
Nunca permites que camine por las noches
y que juegue con el eco en las colinas,
tampoco me dejas visitar el nido de las aves
en el follaje oculto
de los árboles perdidos. Menos aún
que me desnude junto a los pececillos
que juegan y salpican el estero.
Acaso madre, ¿ No amas la vida?
¿Y tanto temor sientes del viento?
Pues no te gusta verme correr
en las tardes del invierno,
desafiando la dulce ventolera.
Acaso madre, ¿Nunca has amado?
Me reprendes airada cuando largamente
despido una a una las golondrinas del verano,
cuando doy la bienvenida a cada primavera
al picaflor y a las larvas tempraneras,
cuando me gusta ver los caracoles
asomándose a la hierba...
¿Por qué madre no permites
que vaya descalza por el trebol?
Cuando el sol torna en cristales las gotas de rocío,
y amanece y aún está quieta la brisa,
y nada hay que altere el día que comienza.
Dime madre, ¿ Por qué no permites
que yo muera?
Él me ha mirado esta mañana,
ha bañado sus pupilas con mi cuerpo.
¿Por qué no permites, madre,
que lo quiera?
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